Convertida en ejemplo para las mujeres de todo el mundo y paradigma de la maternidad, la Virgen María es la figura femenina clásica en toda iglesia, templo o catedral, superada en número únicamente por las imágenes de Cristo. En México, por ejemplo, su aparición bajo la advocación de Guadalupe trasciende lo religioso. Muchos, creamos o no en dicho suceso, sentimos simpatía por este icono artístico, cultural e histórico.
Sin embargo, toda la devoción hacia ella no impide que surjan dudas sobre su virginidad que, además, encuentran respaldo en el texto de las sagradas escrituras.
Vayamos por partes.
La virginidad perpetua de María es un dogma católico, es decir, una verdad que no admite discusión. Se tiene que creer sin más pruebas.
Todo parte del Concilio de Letrán celebrado en el año 649 D.C., cuando se efectuó la solemne definición dogmática. Los Padres del Concilio -se asegura que inspirados por el Espíritu Santo- declararon:
“Si alguno, de acuerdo con los Santos Padres, no confiesa que María Inmaculada es real y verdaderamente Madre de Dios y siempre Virgen, en cuanto concibió al que es Dios único y verdadero -el Verbo engendrado por Dios Padre desde toda la eternidad- en estos últimos tiempos, sin semilla humana y nacido sin corrupción de su virginidad, que permaneció intacta después de su nacimiento, sea anatema”.
Sin embargo, toda esta fiebre por mantener la virginidad de María encuentra serios obstáculos al momento en que se leen los evangelios canónicos.
Marcos, por ejemplo, cita que mientras predicaba Jesús: ..."llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose a las puertas, le enviaron quienes lo llamaran. Y se sentaba la muchedumbre a su alrededor, y le dijeron: «Mira, tu madre y tus hermanos te buscan fuera». (C.3 Vrs. 31-32).
En ese mismo evangelio leemos que Jesús: "... se marchó de allí y llega a su tierra natal, y lo siguen sus discípulos. Y llegado el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos que lo escuchaban se admiraban y decían: «¿De dónde le viene esto? y ¿cuál es la sabiduría que se le ha dado?, ¿y estos poderes que se manifiestan gracias a sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Jacobo, José, Judá y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí delante de nosotros? (C. 6 Vrs. 1-3).
Mateo dice algo similar: "...les enseñaba en su sinagoga, al punto de que se quedaban fuera de sí y decían: «¿De dónde tiene este esta sabiduría y milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?». Y se escandalizaban por él." (C. 13 Vrs. 53-57).
Mientras tanto en el evangelio de Juan, otra vez aparecen los hermanos de Jesús. " ... Así pues, le dijeron sus hermanos: «Vete de aquí y dirígete a Judea, para que también tus discípulos vean tus signos (...) Si haces estas cosas, muéstrate al mundo». Pues ni siquiera sus hermanos creían en él." (C. 7 Vrs. 2-7).
Queda más que claro que, al menos en los textos canónicos, Jesús tenía hermanos y, de entre ellos, destaca Tiago, Santiago, Jacob o Jacobo -al fin, los 4 son variaciones un mismo nombre- , personaje que aparece en la carta que el apóstol Pablo envía a los gálatas, donde dice: "...pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor."
De hecho, en el libro apócrifo Evangelio de los Hebreos, encontramos una hermosa historia sobre el afecto que se tenían Santiago y Jesús. El relato es el siguiente: "«El Señor (...) se dirigió a Santiago y se le apareció. (Pues Santiago había jurado que no comería pan desde la hora en que había bebido el cáliz del Señor, hasta que lo viese resucitado de entre los muertos). “Traed —dijo el Señor— la mesa y el pan”. Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a Santiago el Justo, y le dijo: ‘Hermano, come de tu pan, porque el Hijo del Hombre ha resucitado de entre los muertos’»"
Aceptando que en verdad tenía hermanos, antes de echar a volar la imaginación, debemos tomar en cuenta una cosa. Que Jesús tuviera 6 hermanos no necesariamente significa que fueran hijos de María.
Una clara definición de ello está en el el apócrifo Historia de José el carpintero, donde se supone que es Jesús en primera persona quien narra: "Hubo un hombre, llamado José, oriundo del pueblo de Belén, de la región de Judá y de la ciudad del rey David (...) Fue experto en el arte de la carpintería. De acuerdo con la costumbre de todos los hombres, tomó esposa. Y también engendró hijos e hijas, cuatro varones y dos hembras. Estos son sus nombres: Judas, Justo, Santiago y Simón; los nombres de las dos hijas eran Asia y Lidia. Pero falleció la esposa (...) Y José, aquel varón justo, mi padre según la carne y esposo de María, mi madre, se dedicó, en compañía de sus hijos, a su profesión de carpintero."
Ahora veamos las circunstancias que rodearon el matrimonio entre José y María.
Siempre según el Protoevangelio de Santiago, María fue consagrada al servicio del templo desde que era una niña pequeña, cumpliendo sus obligaciones hasta alcanzar los 12 años. En ese momento, los sacerdotes del templo deciden que es el momento de retirar a María, porque está en víspera de tener su primera menstruación, hecho que, según la costumbre judía, mancharía la pureza del templo.
Si tomamos en cuenta esto, y siendo una doncella entregada al Señor, había que colocarla en un lugar donde su pureza estuviera resguardada. La decisión para asignarla al cuidado de alguien sería la siguiente: todos los viudos de Israel debían acudir al templo y depositar una vara, aquel que fuera sujeto de un prodigio, ese sería el indicado para recibirla.
El milagro ocurre en la vara de José, porque de ella sale una paloma que vuela por encima de su cabeza. Aún así, José duda y dice:" Tengo hijos y soy anciano, mientras ella es una jovencita; no vaya a convertirme en motivo de risa ante los hijos de Israel".
En el mismo Protoevangelio de Santiago encontramos la última confirmación de la virginidad de María. Sucede cuando ella y José van camino a Belén, en el camino María siente los dolores del parto y sabe que el niño va a nacer. Entonces, se ocultan en una gruta -nótese que aquí no se menciona el establo que aparece en otros evangelios-, mientras todo esto sucede José va en busca de una mujer que ayude a su esposa.
En el camino encuentra a dos de ellas, quienes se ofrecen a ayudar en el parto, aunque sólo una entra. Al ocurrir el suceso, la que entró le dice a la que se quedó afuera que ha presenciado un milagro, ya que ha visto parir a una mujer y seguir siendo virgen. La otra no lo cree y entra a la cueva, asegurando que revisará la vagina de María para comprobarlo. Entonces se desarrolla lo siguiente:
"Replicó Salomé: «Vive el Señor, mi Dios, que si no meto mi dedo y examino su naturaleza, no creeré que una virgen haya dado a luz» Entró (...) y dijo a María: «Arréglate, porque ha surgido un altercado nada pequeño sobre ti». Y Salomé metió su dedo en la naturaleza de María y lanzó un grito diciendo: «¡Ay de mí por mi maldad y mi incredulidad! Porque he tentado al Dios vivo, y he aquí que mi mano se me cae quemada». Y se arrodilló ante el Señor, (...) Mas he aquí que se apareció un ángel del Señor, que le dijo: «Salomé, Salomé, el Señor te ha escuchado. Presenta tu mano al niño, tómalo en brazos y tendrás salud y alegría». Se acercó Salomé y tomó al niño en brazos diciendo: «Me postraré en adoración ante él, porque ha nacido un gran rey para Israel». Enseguida quedó curada."
Sobre el tema de la virginidad de María siguen existiendo discusiones y pronunciamientos. Muchas personas han interpretado los hechos según su entender.
Sin embargo, es de considerar que, dadas las evidencias documentales, todo parece indicar que, efectivamente, Jesús fue hijo único y María, una figura tan emblemática hasta la actualidad, tal como la llamó el arcángel Gabriel, una mujer llena de gracia y bendita entre todas ellas.
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