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domingo, 3 de febrero de 2019

Las monjas




“Un convento convertido en escuela no es el mejor lugar para estudiar. Sólo Dios sabrá lo que pasó aquí  y por qué dejó de ser el lugar donde vivían las monjas”.

Imagen relacionadaEso pensaba Matilde durante el primer día de clases, cuando contemplaba el viejo edificio.

Primer año de secundaria. Nueva en la CDMX, junto con su familia. Era obvio que tenía que ingresar a alguna escuela, ¿pero por qué en esa? ¿Y por qué en el turno vespertino?

Matilde comenzó a hacer amigas. Alguna de ellas le contó la historia del exconvento. Funcionó por muchos años y dejó de serlo hasta el día en que una de las monjas se ahorcó en donde ahora estaban los salones. Asunto de amores mal correspondidos.

Triste, pero Matilde no le dio mucho crédito a la historia. Después de todo, los relatos de escuelas encantadas llenan todo México. Siempre, si no eran panteones, ahí se aparecía cualquier espanto.

 Lo que a ella no le gustaba era el lugar. Los salones sombrosos y algo triste en el ambiente. Como si el mismo sol no fuera bienvenido en aquel lugar.

  Pasaron los meses y llegó el cambio al  horario de invierno. Cuando los días son más cortos y los estudiantes terminan las labores del colegio cuando ya ha oscurecido.

Una tarde, debían realizar actividades en el patio. Pasaban de las 7 de la tarde. Oscuro ya. Era lo último que harían ese día. 

La maestra le pidió a Matilde que fuera a encender las lámparas antes de iniciar con la actividad. El interruptor estaba del otro lado del patio, lejos de los salones.  Así que Matilde cruzo todo el espacio a oscuras.

Cuando encendió la lámparas, pudo ver que algo se movía entre la oscuridad. A lo lejos, una figura que caminaba hacia el centro del patio. Quizá la maestra y sus compañeros salían ya de los salones.

No. Ahora se acercaba y pudo distinguir mejor. Era una monja. No vio su rostro, pero pudo distinguir que un lazo rodeaba su cuello. Tras ella, otras más. En procesión de silencio. Una hilera de monjas que, a medida que caminaban, se iba empequeñeciendo, hasta desaparecer por la coladera en medio del patio.

Fue lo último que recordó antes de desmayarse.

Hoy, Matilde estudia en otra escuela.

Nunca , ni aunque le pagaran, volvería al exconvento.

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