Ese es el verdadero escenario de cualquier guerra. No puede
ser de otro modo. Los relatos gloriosos y “lo hermoso que es morir en el
campo de batalla” no son más que cuentos ideados para los crédulos.
Pero, si esta es la realidad cotidiana del combate, ¿cómo es
que la soportan aquellos que participaban (y lo siguen haciendo) en los
conflictos bélicos?
La respuesta es simple: evadiéndose por medio de algo que
inhiba la consciencia.
Novedoso, tampoco es. Desde la antigüedad, ejércitos como el
romano, por ejemplo, recurrieron a esta táctica. Los legionarios, solían beber
grandes cantidades de vino antes de entrar en combate. Lo mismo que vikingos,
celtas o persas.
Por supuesto, tampoco despreciaban el uso de la marihuana y
el opio, descrito éste último como un producto que: “quita totalmente el dolor,
mitiga la tos, refrena los flujos estomacales y se aplica a quienes dormir no
pueden”.
Durante el conflicto bélico de la Segunda Guerra Mundial –por
mucho, la guerra más brutal que ha habido en el planeta- las drogas fueron un
arma más, con la diferencia de que los componentes químicos eran mucho más
potentes y especializados.
Quienes empezaron fueron los alemanes, por supuesto. La
maquinaría de la Wehrmacht requería de soldados vigorosos, capaces de desplegar
una energía física sin precedentes. Para lograrlo, echaron mano de la
Pervitina, el precedente de las metanfetaminas.
Pero los aliados no se quedaron atrás. Soldados ingleses y
estadounidenses también entraron en el juego de la química. Ellos se decantaron
por lo que actualmente se conoce como Speed, anfetaminas que reducen el
cansancio, fatiga, hambre y vuelven bastante parlanchín a quien lo consume.
¿Y los japoneses? Todos hemos escuchado de los kamikazes,
los pilotos suicidas que lanzaban sus aviones en contra de los barcos enemigos.
Bien, entre los guerreros del sol naciente, lo preferido era una mezcla de
anfetaminas y opio. Un coctel que quitaba el miedo a la muerte.
Los rusos, en ese entonces una nación más bien pobre, no
contaban con lo suficiente para generar estas sustancias químicas, así que la
solución fue mezclar el característico vodka, valeriana y, cuando había, cocaína.
El objetivo era evadirse, de otro modo, jamás se habría
contado con personas dispuestas a matarse unas a otras en una guerra que
arrojó, según cálculos conservadores, por lo menos 60 millones de muertos.
Todo un logro de la civilización.
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