“Es un buen empleo”, pensaba David al hacer su segunda ronda
de la noche. O al menos no era tan malo como los anteriores. Había sido casi de
todo, desde bibliotecario hasta cargador de tambaches, pasando por dependiente
de mostrador.
Ahora estaba como guardia de seguridad.
Le habían dicho de este trabajo. Cuidar por las noches el
lugar donde se construía un nuevo centro comercial, ya se sabe, el cemento,
varillas, maquinaria y todo el resto de material para construcción.
No era el único, por supuesto. Cada determinado tiempo, él y los otros 5
guardias hacían un recorrido y se encontraban en distintos puntos. Aunque la
mayor parte del tiempo andaba cada uno a solas, eso sí.
Pero era un buen empleo, pensaba David en su primera noche
de trabajo.
Al pasar donde la
construcción daba al frente de la avenida, escuchó otra vez a la mujer que seguía
en la esquina. Vendía tamales y café. Ollas humeantes, como bendiciones en la
madrugada.
-¿Un tamalito, joven? Le hará bien con este frío.
Era la tercera vez que David pasaba por este punto. Por
tercera ocasión, la mujer le había ofrecido comprar algo. De hecho, le pareció
raro que, cada vez que cruzaba por este sitio, no hubiera una sola persona con
ella. La poca gente que caminaba por la avenida, ni siquiera volteaba a verla.
¿Sería que no había vendido nada esa noche?
David sintió compasión. La excusa del buen samaritano lo
hizo acercarse. “Deme uno de dulce y un café”, le dijo sin mucha convicción,
sólo con la intención de ayudar. Es más, cuando se encontrara con sus
compañeros, les pediría que también le compraran algo a aquella mujer. Siquiera
para que no fuera una noche perdida.
Así lo hizo, pero ninguno de ellos había visto a una mujer
vendiendo tamales donde él les dijo. Al pasar por ese sitio, aseguraron, el
lugar estaba vacío. David los convenció para que lo acompañaran y, en efecto,
eahí no había nadie.
Uno de los guardias mencionó que en esa esquina, solía
instalarse una mujer que vendía tamales, pero hacía más de un mes que había
muerto. Parte de la construcción se había derrumbado, sepultándola.
David no quiso creerlo, No podía imaginar que sus ojos lo
engañaran. Eran los mismos ojos con los que buscó la bolsa donde se encontraba
lo que había comprado. Al abrirla y buscar en su interior, el vaso de café sólo
tenía restos de tierra. En la hoja de maíz encontró ceniza.
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