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sábado, 20 de abril de 2019

Creo en Cristo, aunque ni sé quién sea...






Controversial y de una irresistible capacidad para atraer, la figura del carpintero Jesús es imposible de ignorar. Habrá quienes le dediquen horas de fervientes rezos y habrá personas que nieguen la naturaleza divina y hasta histórica de este hombre, pero todos, como gentes nacidas bajo la cultura occidental cristiana, estamos marcados por la coyuntura histórica de Cristo.

Esto, por supuesto, no garantiza que quienes se confiesan seguidores de Jesús -siendo mayoría los católicos con un 75 a 80% de la población mexicana- sepan exactamente de quién estamos hablando. En realidad, la mayoría sólo conoce datos básicos: nació en un pesebre, predicó, era bueno, curó enfermos y murió en la cruz para salvarnos de nuestros pecados.

¿Por qué esta superficialidad en un asunto tan profundo -y tan delicado, además- como es la práctica religiosa?

Una de las probables respuestas está en el hecho de que la mayoría de los católicos son ignorantes de su propia religión. Y lo son, pareciera, de manera premeditada por su guías -en primera instancia por sacerdotes-, ya que al momento de cumplir con los sacramentos, es muy poco lo que consultan en la biblia, prefiriendo el uso de catecismos, es decir, textos ligeros, resumidos y elusivos en cuestiones polémicas.

Pero un examen más profundo de los textos sagrados nos pone frente a cuestiones que son difíciles de conciliar con la imagen de dulzura que tenemos del Hijo del Hombre.

Un ejemplo lo tenemos en el conocido episodio de las bodas de Caná. El asunto en el que se acaba el vino y Jesús transforma agua en ese líquido para que siga la fiesta. Pero, la situación en la que ocurre este milagro no es tan tersa como parecería.

La historia es la siguiente: "Al tercer día había una boda en Caná de Galilea, y estaba la madre de Jesús allí. Fue también invitado Jesús y sus discípulos a la boda. Y, como faltara vino, le dijo la madre de Jesús a Jesús: «No tienen vino». Y le dijo Jesús: «¿Qué nos importa a ti y a mí, mujer? Todavía no llega mi hora». (Juan, C. 2, Vrs. 1-4)

Dejando de lado la redacción tan deficiente -extraño, porque la mayoría del evangelio de Juan está mejor estructurada- tenemos a un Jesús malhumorado respondiéndole a la su madre como lo haría cualquier milenial de la actualidad. Impulsivo y sin pizca de respeto.

Dentro de los evangelios tenemos también al Jesús ultranacionalista, bastante duro con aquellos que no son israelitas. Recordemos que en esos tiempos se consideraba sólo a los judíos como el pueblo elegido por Dios.

Pues bien, en Marcos, capítulo 7, versículos 24 a 27, encontramos esta nada edificante historia: "Y yendo de allí hacia el norte se marchó a los confines de Tiro. Y cuando entró en una casa no quiso que nadie lo conociera, pero no pudo ocultarse;  por el contrario, al instante una mujer que había oído de él, cuya hija tenía un espíritu impuro, fue y se postró a sus pies;  pero la mujer era gentil, sirofenicia de raza, y le
pidió que echara al demonio de su hija. Y le contestó: «Deja que primero se harten los hijos, pues no es bueno coger el pan de los hijos y echarlo a los cachorros». Pero respondiéndole, le dijo ella: «Maestro: incluso los cachorros bajo a mesa comen de las migajas de los niños».

El mismo suceso nos lo cuenta Mateo (C. 15, Vrs. 21-28), quien refiere:   "Y marchándose de allí Jesús se retiró a las regiones de Tiro y Sidón.  Y he aquí que una mujer cananea, procedente de aquellas regiones, gritaba diciendo: «¡Compadécete de mí, Señor, hijo de David!; mi hija está malamente endemoniada».Pero él no le respondía ni palabra. Y tras acercarse sus discípulos le pidieron, diciendo: «Despídela, porque grita detrás de nosotros».  Él les dijo, a modo de respuesta: «No fui enviado salvo a las ovejas perdidas de la casa de Israel».  Pero ella, tras acercarse, se puso ante él de rodillas diciendo: «Señor, ayúdame».  Y él le dijo, a modo de respuesta: «No es bueno tomar el pan de los hijos para arrojarlo a los cachorros».  Pero ella dijo: «Sí, señor, pues también los cachorros comen de las migas caídas de la mesa de sus señores».  Entonces, a modo de respuesta, le dijo Jesús: «Mujer, grande es tu confianza; que te suceda como deseas». Y recobró la salud su hija desde aquel momento".

Qué quebraderos de cabeza han causado estos pasajes. Cómo se ha tratado de suavizar, matizar o justificar esta situación que, a todas luces, deja muy mal parado a Jesús como un racista.


Hay otras frases para la controversia, en Mateo encontramos:"No crean que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada...",  mientras que en Lucas dice: "He venido a arrojar fuego sobre la tierra y ¡cuánto deseo que ya hubiera prendido! (...) ¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, les digo, sino la discordia".

Seamos sinceros, eso da miedo.

Y, si era el enviado de Dios, ¿por qué exigir una y otra vez que no lo revelaran quienes estaban cerca de él? Cura a un leproso, pero le indica que calle (Mateo, C. 8, V. 4), a los apóstoles les prohíbe decir que es el Cristo (Mateo, C.16, V. 20) , resucita a una niña, pero le ordena a los padres que no cuenten nada de lo ocurrido ( Lucas, C. 8 V. 56). ¿Por qué? 

Por supuesto, tenemos la otra faceta de Jesús, la que encontramos en el evangelio de Juan. 

¡Ah, qué diferencia! Tan humano y tan piadoso. Tan conocedor de nuestra miseria y, aún así -o quizá a consecuencia de ello- tan comprensivo. Ahí encontramos al Hijo de Dios que nos amó hasta el final. 

Por cierto, todos sabemos que existen 10 mandamientos en la ley, pero, por encima de todos ellos, está el único precepto de Jesús: "ámense entre ustedes como yo los he amado. Gracias a esto sabrán todos que son mis discípulos, si guardan el amor entre ustedes". 

Es decir, nada de rosarios, golpes de pecho o limosnas cuantiosas. La medida de Jesús es el amor.

Y, una vez más, la petición que elijo como punto final de la Semana Santa:

 "Tal como el Padre me amó, también yo los amé; perseveren en mi amor. Si cumplen mis preceptos, perseveren en mi amor, tal como yo he cumplido los preceptos de mi Padre y persevero en su amor.  Esto  les he dicho para que mi alegría esté entre ustedes y su alegría sea colmada. Este es mi precepto: que se amen entre ustedes como yo los amé. No existe mayor amor  que alguien dé su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen  lo que yo les pido. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre se los di a conocer..." 

Así de fácil...así de difícil.











  









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