Mira, ¿ves esta cicatriz?
Si se hubiera desviado 2 centímetros la bala que entró por aquí, ya estaría muerto.
¿Que cómo fue esto? Tú lo sabes, trabajaba en un taxi. Una madrugada se subió un pasajero y, calles adelante, sacó una pistola. Quería llevarse el auto, pero no estuve dispuesto a darle las llaves. Lo último que recuerdo fue el sonido del disparo.
Desperté en el hospital y, como te dije, estoy vivo de milagro.
Pero lo que quiero contarte sucedió después.
Cuando me recuperé, seguí manejando el taxi, pero ya sólo de día. Hay que evitar riesgos, ¿sabes?
Una tarde se subió una mujer. Su aspecto era de lo más común y su voz como es la voz de todo el mundo.
Entre la plática, me dijo que sabía del asalto en el que me habían herido. Repasó exactamente el día, la hora; y el lugar por donde entró la bala. Aseguró que sabía todo eso porque tenía la facilidad de ver la vida de las personas.
Hasta aseguró que no morí esa noche porque una mujer cuidó de mí. Dijo que ese fue el pago a los muchos favores que yo le había hecho. Aseguró que la mujer que me cuidó era blanca, de cabello canoso, delgada y de ojos verdes.
Cuando le aseguré que yo nunca le había ayudado a una mujer con esas señas, lo que me respondió hizo que sintiera escalofrío
-No, hijo -me dijo- no fue en esta vida. Ocurrió en otra época y otro lugar.
En eso llegamos a donde ella vivía. Me invitó a que, cuando quisiera, fuera a visitarla, al fin que ya sabía cuál era su casa. Si quería, podía contarme más.
Dejé pasar una semana, pero después fue mucha la curiosidad. Quería hablar con ella. Saber más cosas de mi vida.
Cuando llegué a la calle en la que vivía, estuve tocando un buen rato la puerta. Nadie abrió. Después, las mujeres de las casas vecinas me aseguraron que ahí no vivía nadie. La casa estaba sola desde hacia 5 años y nunca habían visto a una mujer como la que les describí.
Desde entonces, mejor dejé de ser taxista.
Recibir un balazo es una cosa. Pero hay otras que dan más miedo.
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