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lunes, 28 de enero de 2019

Con las llamas del infierno

Era solo. Era hombre solo.


Ni su nombre se conserva. O más bien los pobladores no lo quieren recordar. Cosas de la brujería que practicaba. Porque en todo Guanajuato no había otro como él para hacer males y dañar a quienes le pedían.

Certero en sus conjuros, en más de una ocasión había dado en el blanco, dejando muertos o lisiados por donde quiera, según fuera el deseo de quien le pagara por ello.

Imagen relacionadaPero eso tiene un precio. Para empezar, no tenía mujer ni hijos. Ni en su familia lo querían, ¿saben?  Era como si todo lo que estuviera cerca de él se pudriera y hasta el cariño se marchitara antes de tocarlo.

Aun con eso, dicen que por las noches se escuchaba platicar y platicar. Nadie vio nunca que alguien entrara a su casa en esos momentos, ni nadie vio a alguien salir. Por eso contaban que esas charlas eran con Lucifer, que era quien le ayudaba con sus ensalmos.

 Un día se murió, como es el destino de todos.

Ya desde antes había dejado todo preparado. El pago a la funeraria y su lugar en el panteón. Las flores y el espacio donde habrían de velarlo.

Pero en ese velorio no estaban más que los empleados de la funeraria. Como ya se dijo, nadie le tenía afecto. Así que no fue sorpresa ver esa sala vacía, sin lágrimas y oraciones para acortar la noche y la espera.

Serían las dos de la mañana cuando todo pasó.

Dicen los empleados que en el ataúd comenzó un fuego inexplicable. No, no fue porque se haya caído una veladora o algo así. Esta fue una llama que lo consumió todo en menos de un minuto. 

Como una hoguera encendida en el mismo infierno.

Cuando el rumor corrió de boca en boca, muchos aseguraron que fue Lucifer quien acudió por el cuerpo de ese hombre. Quién sabe. Lo único cierto es que la funeraria nunca más volvió a funcionar, porque esa misma mañana cerró sus puertas.

Hoy sólo quedan los paredones renegridos y quemados de ese lugar. El sitio donde un ataúd ardió solo, con un hombre solitario dentro.

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