Ni su nombre se conserva. O más bien los pobladores no lo
quieren recordar. Cosas de la brujería que practicaba. Porque en todo
Guanajuato no había otro como él para hacer males y dañar a quienes le pedían.
Certero en sus conjuros, en más de una ocasión había dado en
el blanco, dejando muertos o lisiados por donde quiera, según fuera el deseo de
quien le pagara por ello.
Pero eso tiene un precio. Para empezar, no tenía mujer ni
hijos. Ni en su familia lo querían, ¿saben? Era como si todo lo que estuviera cerca de él
se pudriera y hasta el cariño se marchitara antes de tocarlo.
Aun con eso, dicen que por las noches se escuchaba platicar
y platicar. Nadie vio nunca que alguien entrara a su casa en esos momentos, ni
nadie vio a alguien salir. Por eso contaban que esas charlas eran con Lucifer,
que era quien le ayudaba con sus ensalmos.
Un día se murió, como
es el destino de todos.
Ya desde antes había dejado todo preparado. El pago a la
funeraria y su lugar en el panteón. Las flores y el espacio donde habrían de
velarlo.
Pero en ese velorio no estaban más que los empleados de la
funeraria. Como ya se dijo, nadie le tenía afecto. Así que no fue sorpresa ver
esa sala vacía, sin lágrimas y oraciones para acortar la noche y la espera.
Serían las dos de la mañana cuando todo pasó.
Dicen los empleados que en el ataúd comenzó un fuego
inexplicable. No, no fue porque se haya caído una veladora o algo así. Esta fue
una llama que lo consumió todo en menos de un minuto.
Como una hoguera
encendida en el mismo infierno.
Cuando el rumor corrió de boca en boca, muchos aseguraron
que fue Lucifer quien acudió por el cuerpo de ese hombre. Quién sabe. Lo único
cierto es que la funeraria nunca más volvió a funcionar, porque esa misma
mañana cerró sus puertas.
Hoy sólo quedan los paredones renegridos y quemados de ese
lugar. El sitio donde un ataúd ardió solo, con un hombre solitario dentro.
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